
Solíamos pensar que nuestros padres eran los dueños del mundo, y si, en efecto, de alguna manera y dentro de nuestro muy limitado círculo social lo eran, al menos, los dueños de nuestro mundo. La gente parloteaba acerca de su apellido y en el hotel varadero las madres de muchos tomaban café hablando de lo que sus maridos les daban y al mismo tiempo escapaban de sus casas pues sabían que nada era perfecto dentro de este "whisterya lane" México- Sureño. Eran épocas de inocencia en donde mi padre tenía como para llevarnos dos o tres veces de vacaciones al año. Cuando uno no se preocupaba de la caída del cabello y el dinero fluía como si fuese mágico...

La familia era grande y unida, unida por los abuelos y con promesas de una vida próspera rodeada de tus primos, que eran tus hermanos pues convivías con ellos todos los días. El mayor esfuerzo vespertino era cambiarle a mi abuelo los zapatos por sus chanclas, lo cual era considerado un acto de respeto que era pagado todos los domingos con un billete de 20 pesos que para un niño en 1996 a pesar de la devaluación era un mundo de dinero. Una época olvidada en donde la coca cola de lata costaba 4 nuevos pesos.

Cuando la familia falló, llego mi mejor amigo, volviéndonse como un hermano, no tuvo que hacer nada más que llegar a mi casa con sus discos de pearl jam, the cure, placebo, a llenarme la cabeza de ideas, de promesas de que algún día seríamos famosos. Solo una guitarra necesitabamos para estar todo el día soñando, el se pintaba los labios y no era algo homosexual, sino lo más masculino que habia visto, tener el valor de en un coatzacoalcos lleno de ignorancia vestirse como Robert Smith o como Morrisey para salir mientras todos eran los snobs que sus padres querían que fueran. A mi desde niño me dieron un mensaje parecido pero con una diferencia: ME DIJERON QUE EL MUNDO ERA MIO.

Me enseñaron a tener sed de conocimiento...
